En la Asamblea General de la ONU, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, lanzó duras críticas contra el reconocimiento de un Estado palestino por parte de varios países occidentales. Sus palabras no fueron recibidas con silencio respetuoso, sino con un acto de protesta: docenas de diplomáticos se levantaron y abandonaron la sala. Una escena poderosa, casi cinematográfica, que refleja la fractura internacional frente a la guerra en Gaza.
Netanyahu calificó estos reconocimientos como una “marca de vergüenza” y llegó a afirmar que envían el mensaje de que “asesinar judíos da resultados”. Mientras tanto, en las calles de Nueva York, manifestantes contra la ofensiva israelí en Gaza llenaban Times Square, recordando que las batallas diplomáticas no son solo palabras, sino vidas reales.
Aquí surge una pregunta inevitable: ¿hasta dónde puede un discurso cambiar el rumbo de un conflicto que ya ha cobrado más de 65.000 vidas en Gaza, según fuentes locales?
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Reconocer a Palestina: ¿un acto simbólico o un cambio real?
La semana en que Netanyahu habló, países como el Reino Unido, Francia, Canadá y Australia anunciaron que reconocerían oficialmente al Estado palestino. No es un gesto menor: son naciones con peso político y diplomático, capaces de presionar a Israel en los foros internacionales.
Netanyahu respondió con un mapa que llamó “La Maldición”, señalando a Irán y sus aliados en la región: Hezbollah en Líbano, los hutíes en Yemen y, por supuesto, Hamás en Gaza. Reiteró que Israel nunca permitirá la existencia de un Estado palestino, porque según él, la mayoría de los israelíes comparten esa postura.
Sin embargo, el reconocimiento internacional tiene un efecto acumulativo. Aunque no cambia la realidad en el terreno de un día para otro, envía un mensaje claro: la comunidad internacional está cansada de una guerra sin salida y busca un camino hacia la paz.
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Entre hostages, propaganda y fracturas internas
Netanyahu no solo habló al mundo; también buscó hablar directamente a Gaza. Ordenó instalar altavoces en la frontera y aseguró que los teléfonos de los habitantes estaban siendo intervenidos para escuchar su mensaje en vivo. Su objetivo: llegar a los rehenes israelíes aún retenidos.
Pero la jugada fue recibida con críticas dentro y fuera de Israel. Líderes de la oposición, como Yair Lapid, calificaron el discurso de “cansado y quejumbroso”, lleno de gimmicks repetitivos. Otros lo tacharon de “propaganda infantil”. Al final, la narrativa de Netanyahu pareció más centrada en mostrar fuerza que en abrir puertas a la negociación.
Mientras tanto, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, ofreció un tono diferente en su propia intervención en la ONU: aseguró estar dispuesto a trabajar con líderes mundiales en un plan de paz. Dos visiones opuestas, dos realidades que se cruzan en la misma Asamblea.
Aquí, la paradoja: mientras algunos líderes construyen muros de palabras, otros intentan tender puentes. Y tú, como lector, ¿de qué lado eliges estar?
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El futuro incierto: ¿un alto al fuego a la vista?
Poco después del discurso, Donald Trump declaró ante periodistas: “Creo que tenemos un acuerdo sobre Gaza”. Aunque sin detalles, la frase encendió especulaciones sobre un posible alto al fuego.
Sin embargo, la realidad sobre el terreno sigue siendo brutal. Israel mantiene su campaña militar en Gaza desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, en el que murieron unas 1.200 personas en Israel y más de 250 fueron tomadas como rehenes. Desde entonces, la cifra de víctimas palestinas ha superado las 65.000, según fuentes locales.
La pregunta final es dura, pero necesaria: ¿será posible un alto al fuego real o todo quedará en promesas vagas desde los podios internacionales?
En este punto, queda claro que entender el conflicto no es solo un acto de empatía; también es una herramienta de decisión. Gobiernos, empresas y ciudadanos necesitan información clara y confiable para moverse en un mundo donde la geopolítica afecta desde la economía hasta la seguridad personal.
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